miércoles, 13 de agosto de 2008

Hablar del Padre Fernando



Hablar del Padre Fernando es hablar de un personaje intimamente ligado al desarrollo espiritual y ético de la provincia de chepen, su acción pastoral ha llegado a múltiples generaciones, a las que él con su generosidad y desprendimiento les ha mostrado que construir Iglesia es una actitud consciente, reflexiva y comprometida para con los más pobres, que se trata de pensar no en un yo sino en un nosotros, que más importante que servirse es servir a Dios, y servir Dios es ponerse al servicio de los desposeídios de la tierra.

Su rostro sereno inspira confianza, seguridad y ternura para con su grey, y como buen pastor va siempre delante, liderando y mostrando el camino de la redención , en su largo e infatigable peregrinar por Chepén, nunca mostró signos de fatiga, por el contario, siempre ágil , dinámico, emprendedor, por ello, sus obras pastorales permanecrán como un recuerdo vivo y siempre presente, de su andar en esta teruño que lo hizo suyo. El Padre Fernando por derecho propio, ocupa ya un lugar en las páginas de la historia de Chepen, como un paradigma de friel servidor de su pueblo y de su iglesia.

HERNAN CARRASCO
Director de Asociación de Desarrollo Lestonnac

Un místico incomparable


Me pidieron hace meses que escriba este artículo, casi un testimonio sobre la vida del padre Fernando Rojas Morey. El pedido hecho por un buen compañero chepenano, Marco Flores, que ahora reside en Barcelona obtuvo mi aceptación inmediata, prometí cumplir y entregarlo antes de que acabe el mes de julio.

Por diversas razones este testimonio se ha postergado, pido disculpas, pero la vida me ha llevado por esos caminos que conoce muy bien el padre Fernando: la misión y la novedad. La misión de continuar un trabajo a través de los profesionales de Pax Romana y la novedad, porque eso supuso que viajara a un encuentro mundial de esta asociación hasta Nairobi, Kenia. Ahora, haciendo escala en Madrid y gracias a la acogida de los sacerdotes del IEME, el Instituto Español de Misiones Extranjeras, que gentilmente me hospedan, me dispongo a cumplir con esta promesa con uno de los sacerdotes que ha hecho una obra maravillosa en la ciudad de Chepén, al norte del Perú, perteneciente a la región La Libertad.

Así lo conocí

El padre Fernando es de una figura sencilla; delgado, no muy alto, de ojos azules y tez blanca, su sencillez y discreción es notoria. En la época que lo conocí, en los años 70, los buenos años de las novedades para los jóvenes de mi edad; quien nos hablaba de él a los chicos de la Jec, la Juventud Estudiantil Católica en mi natal Diego Ferré de Chiclayo, era otro amigo suyo, tan discreto como místico: el padre Ricardo Guerrero Orrego. Ricardo admiraba al padre Fernando. Nos hablaba de su lucidez y sobre todo de su mística, de su espiritualidad. “El padre reza mucho, dirige unos retiros espirituales muy profundos y ha promovido la construcción de un centro de formación en Chepén, para que allí se forme la gente de la Iglesia del Norte del Perú y todo el que así lo desee y busque”. Esto nos decía Ricardo del buen Fernando, gran amigo suyo y compañero de camino.

Fernando asesoraba a la Jec, esa cantera de la cual salieron muchos buenos amigos. Con el correr del tiempo ellos han asumido su compromiso profesional y humano para sacar adelante a su pueblo. Han participado en diversas iniciativas de las cuales Fernando ha estado a la cabeza y después ha dejado para que las dirijan los laicos, porque de las cosas que si tiene convicción este nuestro amigo sacerdote es que la Iglesia es pueblo de Dios y los laicos como pueblo deben estar allí, asumiendo en forma corresponsable la marcha de la Iglesia. Pues ellos han participado en estas acciones, como en otras más laicales, más cívicas, más ciudadanas. Allí está el trabajo en la radio, con la gente del campo, incluso abrieron una universidad, pero esta no pudo seguir, pero muchos han sido las iniciativas que Fernando y muchos laicos se propusieron.

La casa de Chepén

Siendo todavía un adolescente, entre los 16 y los 17, tuve la experiencia de ir a uno de los encuentros de formación de la casa de Chepén. No quedaba en la ciudad misma, estaba a las afueras, había que hacer un camino más o menos largo desde la parroquia, ubicada al centro de Chepén, hasta la casa comunal, o casa de formación, creo que así le llamaban. Recuerdo haber llegado de noche hasta este lugar. A pesar de que Chiclayo dista a sólo una hora de Chepen, salir fuera de mi barrio y para el fin señalado, era ya toda una novedad. Un laico promovido para compartir la formación sobre Iglesia y sociedad en una casa como la de los chepenanos: un premio, una novedad, sin duda.

Las palabras de bienvenida las daba el padre Fernando, recuerdo haber ido a más de un encuentro, a parte del encuentro regional norte de la JEC, ese encuentro donde experimentamos el peso del asesor limeño para querer hacer lo que le parecía convenciendo a nuestra delegada, pero felizmente las cosas se aclararon, el encuentro sufrió un revés, pero era la primera vez en mi vida que experimentaba algo que entendería después: en la Iglesia que tanto queremos no todas las visiones pastorales son las mismas, de allí que se den algunas diferencias y se comprendan las cosas de diferentes maneras, que se entienda el papel del laico de una determinada manera y que se piense con total decisión que los laicos solo somos ayudantes, no co – responsables de la marcha de la Iglesia, como bien nos lo enseñó el Concilio y la posterior exhortación apostólica Sobre los fieles laicos del Papa Juan Pablo II.

Otra manera de ver a la Iglesia

El encuentro que recuerdo siempre es aquel donde llegó como ponente Monseñor Germán Shmit, obispo auxiliar de Lima y una figura fundamental en la III Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla, en México, fue él quien inspiró a sus hermanos obispos para incluir esa expresión ya universal: ¨Los rostros sufrientes de Cristo, esos son los rostros de los pobres.¨

Monseñor en esos años era enorme, una figura imponente. Alto, fuerte, blanco, obispo, con apellido alemán, pero bastaba escucharlo para darnos cuenta del limeño mazamorrero que había en esa figura humana, plena de simpatía, enorme inteligencia, profundidad espiritual y sabiduría docente para hacer las cosas complicadas y de alta teología en reflexiones sumamente claras, propia de los maestros. Nos hablaba de la relación entre fe y vida, esas cavilaciones que formaban parte de la entonces naciente Teología de la Liberación que tanto ha animado y sigue alimentando nuestro muy querido fraile Gustavo Gutiérrez Merino y que ahora es tan reconocida universalmente.

En el local de Chepén los laicos de distintas partes del Norte del Perú aprendíamos a querer más a Dios, a Jesús, el nazareno de un corazón gigante que predicaba la vida plena, allí aprendimos a amar a la Iglesia de discípulos – misioneros, como nos lo han recordado los obispos en la reciente V Conferencia de Aparecida, Brasil. Allí nos conocimos gente de Piura, Chimbote, Trujillo, Chepen, Laredo, Cascas, Cajamarca, en fin, muchos amigos que a pesar de las dificultades algunos nos hemos mantenido.

Seguramente que allí aprendimos a tener la claridad que ser cristiano no es solo una denominación, es un compromiso, una manera de seguir a Jesús; de asumir la realidad de nuestros pueblos y buscar la manera de cambiar la vida de la gente. Allí aprendimos el significado de la opción preferencial por los pobres, aquí aprendimos que vale la pena vivir intensamente gastando la vida de a pocos, siempre sirviendo a los demás, siempre amando a los demás, claro está, sin descuidarnos personalmente, porque en esa entrega cuenta también el cambio cualitativo de nuestra propia vida, es decir, dar razones de nuestra esperanza, construyendo la esperanza, porque esperar no es cruzarse de brazos, es trabajar con ahínco para pasar de condiciones menos humanas, a condiciones más humanas, eso intentamos vivir en el centro de formación de Chepén que dirigía el padre Fernando. Han pasado más de 30 años y gracias a Dios, esa es mi experiencia, con todas sus limitaciones, me sigo preguntando cómo ser fiel al Dios de la vida que nos enseñaron a conocer y seguir en la casa comunal a las afueras de Chepén.

Cantor y místico

La apariencia del Padre Fernando es la de un Francisco de Asís avanzando y simultáneamente comprendiendo la fragilidad de todo ser humano, como se nota en la película, ya de antaño, Hermano Sol, Hermana Luna, de Zefirelli, cuando uno de los hermanos del pobre de Asís no puede seguir más, se siente atraído por un amor muy humano y no puede entregarse plenamente al servicio de Dios y mira a Francisco y con la mirada se disculpa, cambia de camino, y la mirada de Francisco es tremendamente comprensiva, no hay palabras, solo gestos, son los cruces de miradas que dialogan en decisiones profundas. Pues así ha sido la vida, en el periodo que conocí a Fernando Rojas: comprensiva y serena, la del místico que entiende los caminos para cada persona.

Y hay un detalle más que ahora comento. Tenía muy buena voz, entonada, cultivada, casi la de un monje benedictino cantando la liturgia de las horas.

Fernando es un hombre bueno, libre, de corazón sincero. Nos ayudó a muchos a profundizar que tenía que ver la fe con la vida. Esas lecciones se llevan en el corazón para siempre, son lecciones que tallan nuestro interior. Él se dedicó a ello, a preparar corazones, a empujar compromisos. La verdad que solo me queda darle gracias. Esa ha sido una de las mejores lecciones en mi vida, doy testimonio de haber conocido a un místico, incomparable. Se llama Fernando Rojas Morey y por haberlo conocido le doy gracias a Dios y a los amigos que hicieron posible esa amistad de la que ahora agradezco de todo corazón. Gracias padre Fernando.



Luis Llontop Samillán
Periodista. Revista Signos

El cura de Chepén"






En agonías, hace treinta años, mi abuela Filomena musitó al oído del sacerdote que la asistía:
-Padre, padre. ¿Ve a esa señora que está en la sala? Es la Muerte. Ofrézcale un refresco o sírvale un traguito, de esos que están guardados para mi velorio. ¡Pobrecita! Debe de estar muy cansada… ¡Con el trabajo que hace cada noche!

Fernando Rojas Morey, el párroco de Chepén, miró hacia la sala y no vio a nadie. Sin embargo, para no contrariar los deseos de la anciana, llenó un vaso con limonada, caminó hasta la sala, dejó la bebida sobre mesa de centro y fingió un diálogo en voz alta con la dama que a todos nos ha de visitar algún día. Cuando volvió al cuarto, su feligresa dormía agradecida y apacible.
El padre Fernando celebra en estos días cincuenta años como sacerdote, cuarenta y cinco de los cuales los ha pasado en Chepén. Durante todo ese tiempo, su cristianismo ha consistido –como el de la Madre Teresa de Calcuta- en animar a la gente a realizar obras de amor, y asumir eso como la mejor manera de acercarse a Dios.

Santo y rebelde- comprometido con los pobres- el cura de Chepén entendió siempre
que la pobreza es un mal diabólico y, además, el resultado de la opresión de algunos individuos sobre otros. Por eso, muchas veces le oímos decir que la pobreza, que deshumaniza al ser humano, es una ofensa contra el cielo. Trabajar para abolir la pobreza- añadía- es trabajar por el Reino de Dios.

No se quedó en las palabras. Cuando comenzó su ministerio, los chepenanos lo vieron alzando adobes y colocándolos uno encima del otro para dar el ejemplo a los grupos de familias que ansiaban tener una escuela, una panadería o una radio de propiedad comunitaria. Bien puede decirse que los doce comedores parroquiales –que ahora existen-han sido levantados por el padre Fernando con sus propias manos.

Chepén es la ciudad más grande del valle del río Jequetepeque. A pesar de que la región abastece tradicionalmente de arroz a todo el Perú, nueve de cada diez jóvenes estaban entonces condenados – por sus carencias económicas- a quedarse en la educación primaria, trabajar en los meses de siembra y cosecha y vagabundear por las calles todo el resto del año. Con ellos a su lado, fundó el sacerdote el Instituto San Juan Bosco que, además de centro de estudios, lo es también de trabajo y de producción porque lleva a sus alumnos desde las primeras clases hasta diversas especialidades técnicas.

Eso no fue todo: toda una universidad salió de la parroquia de Chepén. El padre Fernando vendió su Volkswagen y la casita que iba a servirle de hogar para sus últimos años, y se empeñó hasta la camisa para fundar – a fin de que sus muchachos tuvieran estudios superiores gratuitos- la Universidad Juan XXIII. Fuerzas interesadas y muy superiores a las suyas le cerraron el claustro cuando ya tenía seis años de funcionamiento. Sin embargo, no podía quejarse: en ese breve tiempo, ya había logrado formar dos promociones de ingenieros de sistemas, ingenieros agroindustriales, enfermeros y administradores.

¿Se detendría en el terreno de la educación? ¡No, de ninguna manera! Tenía que hacer algo por los campesinos sin tierras. Durante casi un año, el cura de Chepén recorrió una y otra vez los terrenos del desierto próximos al valle. Por fin encontró uno, sin rocas y fácil de nivelar. Allí fundó la cooperativa agraria “Tahuantinsuyo”.
¿Y el agua? Esas tierras no tenían dueño porque carecían de riego. ¿Qué iba a hacer para obtener el agua?



No agitó una vara contra el cielo ni clamó a Dios en el desierto porque es un profeta moderno. Más realista –y también más quijotesco- pensó en los molinos de viento. Nadie los había usado, pero Fernando los impuso. Con el auxilio de parroquias alemanas no necesariamente católicas y su empeño formidable, llegó el día en que el viento hizo girar las astas de los molinos y el agua comenzó a fluir hasta la superficie.

Fernando entregó luego las tierras a sus amados campesinos pobres. En muy poco tiempo, una gran empresa teñía de verde lo que antes había sido desierto. En estos días, la floreciente empresa cumplirá 35 años.

“Quien no ha tenido tribulaciones que soportar, es que no ha comenzado a ser cristiano de verdad.”- decía San Agustín. Algunos ricos ambiciosos quisieron quitarle las tierras a la “Tahuantinsuyo”, y se enfrentaron a su fundador. En vista de que no podían comprarlo, lo amenazaron de muerte. Por fin, fueron de las cartas anónimas a la vía de los hechos.
Necesitaban de alguien que gozara de inmunidad, y por unas cuantas monedas compraron al comando de asesinos “Rodrigo Franco”. Un grupo de ellos llegó de noche a Chepén y se apostó en las inmediaciones de la iglesia. En las primeras horas de la madrugada rodearon la parroquia con potentes cargas de dinamita. A las dos de la mañana, la casa donde dormía el sacerdote voló por los aires. ¿Y el padre Fernando? … Cuando faltaban cinco minutos para esa hora, había salido a toda prisa y por otra puerta para atender a un moribundo que reclamaba sus últimos auxilios.

Esta historia no se termina de contar porque en estos momentos el cura de Chepén construye una nueva ciudad. “Nuevo Monte Grande” se llama, y los tractores ya han nivelado cien hectáreas de lo que va a ser un saludable asentamiento humano para las familias que no tienen ahora un metro de tierra donde poner una mesa, una cocina y algunas camas.
La que sí puedo terminar de narrar es la historia de doña Filomena.

No murió ese día mi abuelita. Se tardó un par de semanas más antes volar hacia el cielo, y durante ese tiempo tuvimos ella y yo la oportunidad de reírnos un poco.
-¡Se la hice, se la hice!- me contó- ¿Te acuerdas de la broma que pensábamos hacerle? El padre Fernando es un inocente.- añadió. -¡Imagínate que ir a la sala para ofrecerle una limonada a la Muerte! No se dio cuenta que yo le estaba haciendo una broma.
Reímos un buen rato y, luego, mi abuelita insistió:



-Inocente… como deben ser los santos y los rebeldes.



Esta tarde voy a telefonear al padre Fernando. Lo llamaré para que me confiese ya que es uno de los pocos sacerdotes que me absuelven. Y le rogaré que rece una oración por mi abuelita y por mí, por la broma que ella y yo le hicimos hace treinta años.



Eduardo Gonzáles Viaña
Escritor

Pronunciamiento personal 2001