viernes, 15 de enero de 2010

Palabras de agradecimiento


Señor Dr. Wilfredo Quesquén Terrones, Alcalde provincial de Chepén, señor Prof. David Lías Ventura, Gobernador provincial, Señor Mayor P.N.P. Señor Prof. Jaime Campos Hernández, Coordinador del Consejo pastoral parroquial, Señores Regidores. Estimados hermanos todos.

Reciban esta mañana mi profundo agradecimiento por este acto de reconocimiento, aprecio y afecto que me brindan por tantos años que el Señor me ha permitido trabajar como párroco entre ustedes, con ustedes y por ustedes en cumplimiento de la misión que Él me ha encomendado. Casi 47 años son bastante tiempo y esto mismo es una gracia, una bendición, a pesar de mis errores y limitaciones. Chepén ha sido y es el campo de la misión que el Señor me ha encomendado. Aquí he trabajado pastoralmente, físicamente en casi todas las obras materiales, como un obrero entre otros obreros voluntarios, y espiritualmente. Decir que es una gracia no es decir que se trate de algo abstracto, porque esa gracia se ha concretado en el rostro, las acciones, los gestos de una comunidad acogedora, dinámica, progresista, generosamente comprometida con la obra de Dios; para mí esta comunidad constituye el ciento por uno de lo que dejé al consagrarme sacerdote; están incluidos mis propios padres y mis hermanos, cercanos siempre a mi vida pastoral, gozando y sufriendo conmigo y esperando contra toda esperanza. Lo mismo tengo que decir de las dignas autoridades de este querido pueblo, de las cuales he recibido muchos reconocimientos, casi uno por año, gestos al se suma éste, de inolvidable recuerdo. Cuántas instituciones y personas me han ayudado y me ayudan con sus donativos de manera personal, discreta y oportuna, para facilitar mi trabajo para ayudar a otros. Confieso que no he podido ahorrar nada, porque el Señor puso habitualmente en mi camino a las personas que necesitaban esa ayuda. Me gozo de tener la experiencia evangélica, anunciada por Jesús: por haberlo dejado todo, lo tengo todo, porque Él no se deja ganar en generosidad. Para mí ha sido un tiempo intenso, profundo, cuajado de desafíos y promesas, según digo en uno de mis versos: “Afincado en las montañas de las olas, siempre bogando en alta mar; rodando entre peñascos y cascadas, los golpes de las aguas remedan jugar”. Intuyo desde mi fe que todavía quedan muchas cosas por hacer, porque me he jubilado de mi oficio de párroco, mas, no de la misión de ser pastor hasta la muerte y el Señor ha de señalarme nuevos caminos, ya que mi alma no ha envejecido y mi cuerpo responde todavía.

Nos ha tocado trabajar juntos en la reconstrucción de la Iglesia (1968-1972), en el primer saloncito de sesiones (1963), en el teatrín (1965), el primer despacho parroquial y la primera casita parroquial (1966), los primeros ambientes de la casa comunal (1974), todo con recursos propios, provenientes de nuestras actividades, con la permanente colaboración de los jóvenes, colaboración que no faltó también en las primeras casas comunales y capillas de nuestros barrios, en el Instituto, y aun en la Universidad, en la reconstrucción del local de la Radio y últimamente en la refacción de las cúpulas de nuestra Iglesia. Hemos trabajado juntos en las tareas estrictamente pastorales y sociales, así como en la promoción de la cultura de Chepén. El establecimiento de la Casa de la Cultura que debe retomarse.

Hemos aprendido juntos a llevar adelante las orientaciones del Concilio Vaticano II y de todas las Conferencias Episcopales Latinoamericanas y las encíclicas papales. No he predicado mi propia palabra sino las palabras y las enseñanzas de la Iglesia, en las misas y en nuestras novenas. Hemos estudiado en nuestros grupos estos documentos.

Hemos aprendido a integrar las grandes acciones pastorales: la prioridad de la evangelización, la centralidad del culto al Señor, que ha de ser siempre, no un rito sin más, sino una experiencia de fe y de oración, participativo, decoroso y consecuente en la vida; también la caridad social, pues, para llegar al Señor hemos de pasar siempre por la inevitable mediación del prójimo, con la reconciliación y la solidaridad con los necesitados. Jesús se ha identificado con los pobres y sufridos de este mundo, quien no le sirve en ellos no le sirve. Por eso estas obras sociales han de mantenerse; no permitamos que se destruyan por desacertadas intervenciones, o se vuelvan rutinarias. Ellas son el aval de la fe que profesamos. Si la Defensoría Parroquial, ha entrado en una inusitada crisis, ésta debe resolverse con justicia y armonía, pues, nunca faltan los desaciertos humanos que hay que corregir.

Hemos aprendido que la Iglesia es acontecimiento y experiencia de vivir como hermanos, experiencia de ser comunión de comunidades, y a converger, desde un sano pluralismo, hacia las opciones fundamentales de la Iglesia: los pobres, los jóvenes, la familia, las vocaciones, el especial protagonismo de los laicos. Para lograrlo hemos hecho habitualmente cursos de relaciones humanas y de crecimiento psicológico, incursionando en la práctica esporádica de la revisión de hechos de vida. Esto debe continuar.

Hemos aprendido que el amor de Dios, expresado en la persona, las enseñanzas y en la práctica de su Hijo Jesucristo, es infinito, incondicional, providente y preferencial con los pobres y con los sufren. Que Dios respeta nuestros procesos humanos y no anda persiguiendo nuestras faltas; que a Él sólo le debemos adoración, confianza, amor incondicional y humildad. Jesús nos liberado de todo espíritu servil, invitándonos a ser amigos suyos, no por temor sino con la alegría de serlo.

Hemos aprendido que no podemos contentarnos o conformarnos con la práctica de la religiosidad popular o devocional, porque tiene aspectos positivos y negativos y tenemos que impregnarla del evangelio y las enseñanzas de Jesús. Por eso hemos hecho siempre de nuestros novenarios y procesiones, verdaderas jornadas de oración.

Hemos aprendido a valorar y practicar la organización de nuestra vida parroquial. Partimos, desde el comienzo, de convocar nuestras asambleas parroquiales, cada año, contamos con zonas pastorales, consejo parroquial y en nuestra parroquia los laicos tienen el lugar que la Iglesia les ha asignado. Qué alegría trabajar con los laicos a quienes acogí y acompañé desde su niñez y aun desde su nacimiento. Son el regalo más grande que el Señor me ha concedido. Me precio de haberlos tomado en cuenta y de haberlos acogido y brindado mi confianza. Por eso, desde el comienzo de mi ministerio sacerdotal, abrí las puertas de la casa parroquial a todos. La casa del párroco es casa de todos; para mi la comunidad parroquial sido siempre como mi familia; no he querido ser ni lo seré nunca un sacerdote solterón; tentado de amargura y dureza de corazón; para mi son mis hijos y son mis hermanos, desde el más pequeñito hasta el más grande.

Hemos aprendido a superar nuestras crisis, a llevar nuestra cuota de sufrimiento, durante muchos años, propia de la abnegación que nos pide el Señor, para ser humildes y también para templar el espíritu y adquirir fortaleza. Hemos aprendo a perdonar, a distinguir entre el pecado y la persona que peca, la cual merece siempre nuestro respeto aunque tengamos que rechazar lo incorrecto y aun defendernos de sus acciones equivocadas. De mi parte, pido perdón a cuantas personas haya ofendido o causado sufrimiento y también perdono a cuantos me han ofendido, calumniado, difamado o pretendido mi muerte.

Hemos procurado, con todas la fuerzas del alma, no tener acepción de personas y a practicar la equidad con ricos y pobres; a respetar la santidad de la Eucaristía y de los sacramentos. A cumplir lo que se nos inculca el Sumo Pastor de la Iglesia en la tierra, acerca del respeto al sacramento de la Nueva y Eterna Alianza, realizada por nuestro Señor Jesucristo con su pasión y muerte, para no ser un sacerdote que anda celebrando misas, y que las ofrece como ritos a cambio de los estipendios, según los antojos de las gentes. No ha sido fácil, ha habido que luchar contra inveteradas costumbres y malos ejemplos, pues se trata de lo más santo que el Señor ha puesto en nuestras manos.

Para terminar, quiero afirmar que como comunidad parroquial estamos al servicio de Chepén, que es el campo de nuestra misión, para compartir con él nuestros gozos y esperanzas, como también nuestras angustias y sufrimientos. La parroquia a cual he servido como párroco queda, después de largos años de avatares, trabajos y alegrías, como una comunidad consistente, como una entidad continua, que tiene su propia identidad y ha adquirido su propia fisonomía; es una obra de nuestro Señor Jesucristo, atenta siempre a los signos de los tiempos y a las orientaciones del Santo Padre y de nuestros Obispos. Queda con sus niños, sus adolescentes, jóvenes, jóvenes adultos, adultos y mayores, renovándose constantemente, manteniendo su propia consistencia y madurez, para que nadie pretenda hacer anomia o borrar todo nombre o toda memoria, desconociendo los lograos alcanzados; estamos sí orientados y prontos a alcanzar el objeto de nuestras esperanzas: los nuevos cielos y la nueva tierra. Esta Parroquia así configurada queda al servicio de Chepén, pues sus hijos se lo merecen. Gracias por todo y sigamos trabajando; cuenten conmigo, pues así me lo requiere el Señor que me llamó a servirles.

Chepén, 14 de enero del 2010.

Héctor Fernando Rojas Morey Pbro.
Párroco emérito de San Sebastián de Chepén.

Nota del blog: En diciembre del 2009 el Padre Fernando al cumplir 75 años ha sido jubilado como Párroco de Chepén. Con sorpresa y tristeza la noticia fue recibida en la comunidad cristiana. El Obispo de Trujillo Héctor Cabrejos Vidarte había dispuesto, inesperadamente, su inmediato reemplazo. Para suerte de Chepén el padre Fernando seguirá residiendo en nuestra ciudad y continuará proyectadose a la comunidad con algunas obras sociales, culturales y evangélicas. Su nueva residencia es Villa Leticia.






FOTOS DEL PADRE FERNANDO EN CHEPEN