lunes, 1 de septiembre de 2008

Caminando con mi pueblo


Las cualidades de Fernando desde joven ha sido la sencillez, la reflexión, la franqueza, el interés por aprender cómo renovar la pastoral, dentro de la auténtica tradición eclesial, la constancia para proseguir tareas, lo que permitió iluminar sus labores al percibir las verdades del Concilio Vaticano II, y llegar con serenidad incompresiones, malentendidos y contradicciones; modestamente y sin alardes.

Describe “Caminando con mi Pueblo por las Rutas del Concilio” la visión teológica que fomentó su acción pastoral en los años de Párroco en San Sebastián de Chepén.

Ha sido un desarrollo realizado desde una iglesia urbana, pequeña en sus comienzos con crecimiento constante por las migraciones andinas y un vasto territorio de haciendas, transformadas en cooperativas, y minifundios, hasta la actual situación que no concluye de aumentar.

Atender a fieles de diversas formas de religiosidad; suplir deficiencias estatales para hallar trabajo, formar comunidades en los asentamientos, crear institutos para la formación de la juventud e incluso una Universidad que corresponda a las necesidades de la zona y no un mero eco de las existentes.

Constató la urgencia de tener laicos que compartieran labores apostólicas, con incasable actividad dedicada a la formación mediante reuniones de estudio, charlas, dirección espiritual, cursillos, revisión de lo hecho, señalar nuevas líneas y pautas. En ese despliegue cotidiano se admira la resistencia física y espiritual, y la laboriosidad. Pudiendo escribir artículos, estar al día en los avances teológicos y sociales y brotar de su pluma delicada poesía.

Acompañé a Fernando desde los últimos años de sus estudios teológicos en Lima, donde tuve la gracia de conferirle el Orden Sacerdotal, una sólida amistad con vistas recíprocas suyas a Cajamarca y mías a Chepén, de modo que puedo atestiguar que el contenido de este libro corresponde al pensamiento inspirador de sus apostolado parroquial y universitario.

Lima, 1998

José Dammert Bellido
Obispo Emérito de Cajamarca.
(Presentación del libro Caminando con mi Pueblo)
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GRACIAS PADRE FERNANDO


P. Walter Malca Rodas; C.Ss.R.

Existen vidas que transforman vidas. Eso es lo que a mí, precisamente, me sucedió. Siento que mi vida ha sido transformada por el ejemplo de un hombre, cuya amistad llenó de luz mi existencia: se trata, nada más y nada menos, que del P. Fernando Rojas Morey, a quien estoy profundamente agradecido.

Todo empezó cuando yo estaba cursando el cuarto o quinto año de secundaria en Pacanguilla, un caserío de la Provincia de Chepén. Por aquel entonces yo estaba atravesando una fuerte crisis de fe, dado que, por la influencia de amigos ateos, yo empecé a dudar de la existencia de Dios. En aquel entonces tenía ganas de terminar con mi existencia, pues sentía que la vida sin Dios no tiene sentido. En esas circunstancias me conocí con el P. Fernando Rojas y su testimonio de vida transformó mi existencia.

A este hombre, a pesar de su avanzada edad, a menudo lo veía cercano a los jóvenes. A pesar de su apretada agenda diaria siempre encontraba espacios para estar con nosotros, para conversar, para escucharnos o simplemente para hacer presencia. Todos los domingos, después de misa, íbamos a la casa comunal para jugar o nadar en la piscina. Poco a poco me fui acercando más a él y, como se dice, me convertí en uno de sus “engreídos”, pues me acogía con mucho cariño en su casa y me dio una extraordinaria confianza: con libertad ingresa a su estudio, a su habitación, cogía sus libros para leer, prendía la tele, rebuscaba en su armario para ver sus fotos, etc. La verdad que me sentía como si fuera su hijo.

El P. Fernando, a pesar de sus problemas, a menudo se le veía alegre e irradiaba mucha paz. En una oportunidad yo me pregunté: ¿Por qué este hombre es feliz y yo, siendo tan joven, era tan infeliz? Después de una profunda reflexión concluí que él era feliz porque tenía Dios en su corazón. Entonces me surgió la chispa vocacional y le dije: “Padre, quiero ser sacerdote como tú”. Él sin titubeos, me dijo que no. Yo pienso que me hizo esta negativa para comprobar si de verdad yo tenía vocación. Al final se convenció que mi vocación era auténtica y me presentó a Mons. Manuel Prado, Obispo de Trujillo. Con este prelado estuve conversando cerca de tres a cuatro meses. Al finalizar el año el año 2002 el obispo me dijo: “Walter, creo que tienes vocación pero debes esperarte un año más, pues los jóvenes que van a ingresar este año tienen uno o dos años de acompañamiento”. Esta negativa me entristeció, pues yo había decidido dejar los estudios superiores para ingresar al seminario.

Retorné a Chepén. El P. Fernando, que siempre es un buen observador, me preguntó: “Qué te pasa”. Yo le comuniqué lo que me había dicho el Obispo de Trujillo. Fernando me dijo: “No te preocupes. Aquí hay dos padres Redentoristas. ¿No quisieras ir con ellos?”. “Bueno”, asentí. Entonces me presentó al P. Francisco Rodríguez y al P. Juan Ruiz. Ellos me entrevistaron y así ingresé al seminario redentorista.

En mi proceso de formación he pasado por muchas crisis. Cuando me encontraba en estas dificultades siempre meditaba en el ejemplo del P. Fernando y esto me ayuda a reponerme. Recuerdo que en una oportunidad estaba meditando en el tema de la amistad con Jesús. Aquí me di cuenta que si tal era la amistad y la confianza que tenía con el P. Fernando, ¿cuánto más no debería ser la confianza con Cristo, mi mejor amigo? Como podemos ver aquí, la amistad de este hombre de Dios me ayudó a descubrir la grandeza de la amistad con Cristo.

Fernando siempre me ha apoyado en mi vocación Redentorista. En una oportunidad en mi Congregación, aquí en Perú, estábamos atravesando una fuerte crisis. Yo tenía ganas de salir del seminario para ingresar la clero diocesáno. En ese entonces el P. Fernando era Vicario general de la arquidiócesis de Trujillo. Le hablé de mi intención. Me dijo que él estaba dispuesto a apoyarme si yo decidía ingresar al seminario diocesano, pero que, primero, evalúe bien si esa era mi vocación, de lo contrario que permanezca en mi congregación, pues es una hermosa familia religiosa. Reflexioné en las sabias palabras de mi amigo. A final me di cuenta que él tenía razón. Gracias a su consejo se sabio salvó mi vocación redentorista.

En el año 2002 me ordené sacerdote. Desde aquella fecha he ejercido mi ministerio sacerdotal con fervor y entusiasmo. En mi vida personal y sacerdotal he tenido muchos logros laborales, pastorales, profesionales e incluso literarios. Todos estos éxitos, pienso que, de una u otra manera, los debo al P. Fernando, a quien le guardo un profundo respecto, una gran admiración y una inmensa gratitud.

Por tal razón, en esta oportunidad, quiero decirle a mi querido: “GRACIAS P. FERNANDO POR TODO LO QUE HAS HECHO POR MÍ. Dios pague con creces tu generosidad”.

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